miércoles, enero 18

Desgano




Sencillamente creo que jamás llergaré a conocerme. Minutos antes me encontraría junto a la pileta, a considerable distancia de la mateada y turistas entusiastas salpicando vacaciones, pero... en paz: retraída en un libro que casi termino y acariciada por el delicioso sol de mediatarde. Ahora abandonada en la cama del hotel buscando que la descripción de lo que acontece me ayude a decifrar qué carajo me pasa.
Se supone que tendría que estar rebosante de placidez ya que el año pasado en este mismo lugar sentí mi alma liberada y gozosa de buena salud espiritual. Hoy es tan contrastante mi estado de ánimo que no consigo recuperar con la tinta mis aturdidos pensamientos blancos.
Se ve que el exilio voluntario es un falso calmante que no pudo mitigar el desasosiego que traigo impregnado dentro del alma. Las necesito chicas. No se si por la pugnante necesidad de confesarme y desprenderme de los dolores que torturan mis vacaciones o por el hecho común que con ustedes mi mente distraída y ocupada no se permite indagar en el fondo de mis ojos donde su humedad y memorias líquidas viajaron tantos kilometros con la burda misión de no dejarme sonreir.
Lo único que quiero es volver a Buenos Aires ya que es inútil permanecer en este sitio donde la rabia de no poder disfrutarlo es un ingrediente mas al cóctel de malestares que aquejan mi estadía.
¿Mi autoestima? Bien, gracias, la llevo arrastrando tras de mí, más demacrada imposible, mendigando quién le pueda devolver el color y su coraje.
Hubo un chico, por supuesto, como en todas mis historias (defecto que siempre me criticarán) estaba en la pileta, majestuoso, de cabellos claros y despeinado... y su cuerpo, de torso desnudo, dorado por el beso del sol en su piel. Parecia el ex marido de Barbie, solo que más joven, como de 18 años y unos ojos penetrantes simulaban ser dos gotas de miel refugiadas del aire bajo la sombra de esculpidas y exhuberantes cejas rubias natural.
En fín, un joven hombresito tallado a la perfección. Mi única reacción fue mirarme en el reflejo del agua y despreciar la clara ausencia de belleza que existe en mi rostro... y después de semejante desencanto y repugnancia por mi propio cuerpo y esencia... desistí de ver al payaso sintiéndome sin el más mínimo ánimo, aprecio, ni capacidad de atraer a nadie.
Y como si mi cuerpo hastiado ya conociese el camino me abandoné en el cuarto del hotel, desplomada sobre la cama con la sola compañía de dos pequeñas lágrimas que asomando levemente bañaron mis ojos, pero no pudieron limpiar... tanta tristeza injustificada.

17/01/06



den+*+

No hay comentarios.: