martes, octubre 30

Hace casi 3 años que no escribo en este blog. Al principio pensaba que era porque supo ser mi diario íntimo desde los 16 años, y hoy con 23 para 24... a lo mejor es un tanto aniñado hacerlo. También pensé que siempre lo había usado como drenaje de angustias tanto de la adolescencia como de malos amores, y con la llegada de Jonathan -el amor de mi vida- habría perdido su cometido.
Después de esta última gran discusión con él, donde me vi a mí misma repitiendo patrones de historias pasadas, como apresurando el paso hacia una crónica de una relación fallida, experimenté la epifanía más idiota: darme cuenta que el problema siempre echa raíces en uno mismo.
El problema soy yo, claro. ¿Y ahora? ¿Y por qué soy yo?. Asumo que el motivo yace en la incomplitud de una misma. Porque como diría Simmel o Coser o ya no sé quién diantres se le ocurrió la maravillosa idea de que el individuo nunca termina de socializarse, desde la motivación individual podemos señalar que uno nunca termina de formarse como sujeto. Lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser, no siempre sincronizan coherentemente con el bocho, y perdemos la puta capacidad de autodefinirnos. Y esa necesidad de las personas de poder definirse a sí mismas no termina ahí, sino que conduce indefectiblemente a otra exigencia superior: "darse a conocer". Saber quién sos, y hacerle saber al resto con quién está tratando, son funciones básicas no sólo de socialización, sino de crecimiento personal.
Uno siempre está creciendo, porque a medida que las responsabilidades aumentan en tamaño y forma, y que los espacios donde nos desenvolvemos se tornan ambientes cargados de obligaciones y exigencias, uno va adquiriendo más o menos cancha, a cada problema le pone el pecho y algo aprende. Siempre algo se aprende. El problema está cuando perdés el balance. Cuando quedás como ladrillo hueco: cuadrado, duro por fuera y hueco por dentro. Cuando te empieza a pesar en la nuca y en la panza -ah sí, porque para mí todo pasa por la panza- el trabajo, los estudios, y todo compromiso social que le quieras sumar. Y uno aprende a ser cada vez más resolutivo, y menos libre.

Es gracioso que desde que abrí este blog a los 16 años, quedó grabada la firma "Let it be", y es aún más irónico darme cuenta, que parece ser la única llave hacia el equilibrio personal.


Let it be!

No hay comentarios.: